"Boquete"
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"Boquete"
Buenas tardes. Dejo una anécdota para los que tienen paciencia de leer.
Boquete
La gran mayoría de los niños, han disfrutado alguna vez de una mascota y es difícil pensar, (sobre todo en los pueblos de antaño) que, aún en su más tierna infancia, alguien no haya hecho de las suyas en compañía de su perro.
El nuestro no era un caso diferente al de los demás changos, porque que mucho antes del advenimiento de la televisión en colores y los juegos virtuales, los espacios de diversión estaban planteados por lo general en los baldíos, junto a los animales y las plantas silvestres, casi siempre para sufrimiento de éstos últimos. Arañas, coyuyos, chicharras, cerrate comadre, langostas, ututos o lagartijas, hacían de compañeros obligados de aquellas andanzas que, en mayor o menor medida, no estaban exentas de una pizca de crueldad.
En la casa donde vivía, un perro yuto, de pelaje castaño oscuro, hacía las delicias de mi amigo Ramón y yo. “Boquete” era su nombre, cuyo origen desconocí durante mucho tiempo, hasta que después de mucho insistirle, mi padre me explicó el significado de la palabra boquete y su aplicación metafórica en el perro; el que, al nacer sin cola, dejaba al descubierto su intimidad con absoluto desparpajo. Como si de patear un hormiguero fresco se tratara, su nombre trae a mi presente una ebullición de recuerdos gratos, que se arremolinan y pulsan con denuedo por salir.
Boquete nos seguía a cuanto baldío fuese, sin importar lo alejado que quedara, porque, aunque escapáramos de su compañía, tarde o temprano se nos aparecía entre los matorrales, siguiéndonos gracias a su olfato prodigioso. No llegaba moviendo la cola como los demás perros, aunque una enorme sonrisa que le llegaba hasta los colmillos, acompañaba el contorneo de su cuerpo y hacía imposible el resistirse a aceptarlo, aun cuando en sus corridas alocadas por los pastizales, no dejara de espantar cuanta urpila o coy se le cruzara por delante. Pero no solo lo caracterizaba su “simpatía” y compañerismo, sino que también era capaz de devolver a nuestras manos cualquier objeto que uno arrojase, aunque cayera muy lejos o en medio de los yuyos, Boquete se las ingeniaba para, después de unos instantes, aparecer como por arte de magia, con el palito o piedra lanzada.
Una tarde en la que habíamos podido escapar de Boquete, encontramos al costado de una senda flanqueada de garabatos, un nido de avispas carniceras que revoloteaban excitadas sobre una “cerrate comadre”, cuyo tallo flexible les había servido como basamento para la construcción de su nido, oculto por un matorral de yuyos. Presas del aburrimiento, no dudamos un instante en encender fuego y refugiándonos entre el espeso humo de las ramas de afata verde, emprendimos una guerra sin cuartel contra los alados insectos.
- ¡Vienen los enemigos! –Gritaba Ramón llenando el aire de colorido entusiasmo y al instante nos cobijábamos en el denso humo que ascendía al cielo formando densos borbotones.
- ¡Mueran infelices! –Contestaba yo, arrojando cascotes y piedras a troche y moche.
Las enemigas imaginarias brotaban de entre las ramitas amarillentas como si de una vertiente sin fin se tratara y arremolinadas sobre nuestras cabezas, prometían descargar el irritante veneno sobre nosotros al menor descuido, pero el denso humo que provocaban las ramas verdes aún, no les permitía coordinar los movimientos y terminaban escapando del lugar. El peligro era inminente, pero el nerviosismo le agregaba a la fechoría el sello de inolvidable.
Cuando la noche le arroja a la tarde su hechizo de carbón negro, decidimos volver; con la promesa del regreso. Aunque en tal caso, nuevamente, Boquete no sería de la partida.
Saltando desde la tapia al baldío vecino, escapamos de la mirada de los mayores y de Boquete. Cobijados en el sigiloso manto de la siesta, avanzamos entre los tuscales del barrio, en busca de la senda que llevaba al enjambre, sin otra herramienta que la honda y el morral. Ya en el lugar y buscando ramitas verdes para el ahumado, nos percatamos de que cerca del enjambre había una tuna enorme, cargada de frutos, que el día anterior habíamos confundido con un quimil, entusiasmados en nuestra guerra con las avispas. En los alrededores de la vieja planta, todavía se podían ver los cascotes y ladrillos de una construcción en ruinas, de cuyos antiguos habitantes se sentía aún la presencia, a través de la fructífera planta. Inmediatamente comenzó la disputa sobre quién llevaría las tunas a la casa. El entusiasmo de Ramón me desbordó, Y acepté su voluntad, no sin antes prevenirle del peligro de las janas.
-Chango: ¡Tené cuidao con las janas! Después te vas a rascar a dos manos…-Agregué.
- ¿Y con qué querés que las pille? –Preguntó con fastidio. Todas las hojas tienen agujeros y las janas van a bandear… Me dijo. ¡Ah, ya sé! ¡Con la suela, pues! –Dijo como reflexionando para sí mismo.
Ramón comenzó a bajar las tunas más maduras con una varilla larga de palan-palan deshojada, en cuyo extremo había dejado una horquetita para trabar y rotar las frutas, que con un “bock” seco, caían sobre el suelo endurecido por las lluvias y, cada tanto, de a una por vez, las alzaba con cautela, envolviéndolas con la suela de la honda, para juntarlas en un montoncito al costado de la senda.
Terminada la cosecha, Ramón dejó la honda prolijamente acomodada al costado de las tunas y nos abocamos finalmente al plan inicial de fastidiar a las avispas.
- ¡Ahora sí, papá! –Comentó Ramón con entusiasmo. Yo busco las ramas verdes y vos metele al fuego nomás… -Agregó.
Corté un puñadito de pelusas de “barba’i chivo” y las dejé caer, dejándolas que la brisa casi imperceptible de la tarde las llevara, mostrando la dirección correcta para armar el fuego. Acomodé las champas sobre un revolcadero de guaypo, que había dejado el espacio como si se hubiese pasado un plumero y raspando un fósforo de cera en una piedrita, lo acerqué a las chamizas secas, que comenzaron a arder al primer contacto con la llama.
En instantes apareció Ramón con una brazada de ramas de ancoche verde y, depositándolas suavemente sobre el fuego, para que no se ahogue, comenzó a buscar piedras para iniciar la travesura. Lo seguí de inmediato en la tarea nada fácil de encontrar piedras en un terreno en el que eran escasas y, además, la mayoría de ellas las habíamos arrojado a las avispas el día anterior, por lo que cualquier terrón, palo o caparazón de choro gigante, era bienvenido como proyectil.
En aquellos menesteres nos encontrábamos entusiasmados a fin de dar inicio al ataque, cuando, de a ratos; se empezó a escuchar en nuestra dirección, el siseo inconfundible de los yuyos secos empujados por Boquete, que intentaba encontrarnos con el hocico pegado al suelo. Fue inútil escondernos entre los ancoches porque el perro, lento pero seguro, husmeaba entre las sendas los olores frescos que lo lleven a sus compañeros de fechorías.
A Ramón lo puso furioso la llegada de Boquete justo cuando íbamos a iniciar la acción. Alzó una piedra chata, probablemente la única que había encontrado y miró al perro de costado, pero con decisión.
- ¡Chango, No le tirés al perro! – Le ordené.
- ¡No! ¡Cómo te crees! –Me contestó seguro.
Tomó la piedra aprisionándola solo con el índice y el pulgar y la arrojó de costado, como quien intenta hacer “sapitos” en el agua estancada.
Al desprenderse la piedra, se pudo ver claramente la dirección escogida y en ese instante recién comprendí las intenciones de Ramón. Mientras la piedra avanzaba directamente hacia el enjambre, el perro de un salto se abalanzó en su búsqueda. Si hubiera que escoger un tiro certero, seguramente sería aquel, porque la piedra, como acunada por una ráfaga repentina, fue a golpear directamente sobre la varilla de “cerrate comadre” que hacía de sostén al enjambre, con un chasquido firme. El perro, experto en tales menesteres, también escuchó el golpe y fue directo hacia la posición del proyectil. Con un salto increíble, cayó sobre la rama y tomó la piedra entre las fauces con la satisfacción propia de la tarea cumplida.
Hacía rato que las avispas estaban prevenidas del ataque por nuestros movimientos y en un instante estuvieron prendidas el pelo de boquete defendiéndose de la agresión. El perro, aguijoneado por las defensoras, dejó escapar un quejido agudo y con las orejas al viento, disparó en busca de protección directamente hacia Ramón, que era el más cercano de los dos.
Al ver el volido de las avispas, que en una explosión dorada habían copado el lomo de Boquete, Ramón atinó a correr en dirección de la honda y colocándosela al cuello, quiso poner pies en polvorosa, pero la velocidad del perro, en toda su desesperación, no le dio tiempo. Sin quererlo, la entrepierna de Ramón se convirtió en el refugio del perro, que, en un balanceo continuo, intentaba quitarse las invasoras, refregándose contra su salvador. Las avispas que no picaron a Boquete, se la tomaron con la entrepierna de Ramón. Y en un abrir y cerrar de ojos, Humano y perro disparaban por entre los matorrales en un contrapunto de quejidos. Todo pasó en un instante y, aun así, ante mis sentidos, el tiempo transcurría melosamente, casi como si se arrastrara. Comprendí lo afortunado que había sido por salir ileso y lo intentaba justificar con la actitud de Ramón, suponiendo que había tenido su merecido por hacer aguijonear gratuitamente a Boquete. Dejé pasar unos instantes hasta que las avispas se calmen y corrí las tunas hasta un dormidero con tierra suelta y las barrí con una ramita de ancoche, después las ubiqué con cuidado en el morral y emprendí apuradamente el regreso a casa.
Al llegar, Boquete se me vino encima con una exageración tal que pareciera no verme desde hacía largo tiempo. Después me contaron que a Ramón lo habían llevado al hospital, para ponerle una inyección que aplacase los efectos de los aguijonazos y también que los médicos no podían calmarle la inflamación del cuello.
Fue cuando caí en cuenta que, en su desesperación, Ramón se aseguró de no dejar la honda olvidada, echándola al cuello en un movimiento casi instintivo, sin tener en cuenta que había dejado interior de la suela repleto de janas.
Glosario
Coyuyo: Insecto más grande que la chicharra, que produce un ruido estridente.
Cerrate comadre: Planta que reacciona al tacto, cerrándose con un movimiento rápido.
Ututo: Pequeño lagarto grisáceo.
Yuto: Sin cola.
Coy: Cui, mamífero roedor pequeño, de cola corta no visible.
Afata: Maleza de hojas abundantes y tallo firme, usada entre otras cosas para barrer las cenizas de los hornos de barro.
Garabato: Acacia arbustiva de espinas curvas en forma de uña de gato.
Tuscales: Grupo de tuscas, aromo espinoso.
Quimil: Cactácea parecida a la tuna, pero sus frutos no son de consumo humano por no tener sabor.
Janas: (quechua) Espina de algunas plantas casi imperceptible al ojo humano. Muy molesta al clavarse además de provocar la irritación de la piel.
Palan-palan: Planta de hojas grandes, suaves y fácilmente separables del tallo, muy usadas en cataplasmas y úlceras.
Barba de chivo: Enredadera trepadora de cuya flor salen unos estilos suaves que, secos, arden con facilidad. Se usa en cataplasmas para enfermedades de la piel y la flor machacada y aspirada es tremendamente irritante.
Guaypo: Tipo de martineta que duerme en un pocito del suelo, cavado con sus poderosas patas.
Fósforos de cera: Actualmente en desuso por provocar el encendido espontáneo al apretarse accidentalmente.
Ancoche: Arbusto frondoso, de cuyas hojas se hace una infusión para curar la diarrea.
Choro gigante: Caracol autóctono, de caparazón blanco con bordes rojos y de más de diez cm.
Boquete
La gran mayoría de los niños, han disfrutado alguna vez de una mascota y es difícil pensar, (sobre todo en los pueblos de antaño) que, aún en su más tierna infancia, alguien no haya hecho de las suyas en compañía de su perro.
El nuestro no era un caso diferente al de los demás changos, porque que mucho antes del advenimiento de la televisión en colores y los juegos virtuales, los espacios de diversión estaban planteados por lo general en los baldíos, junto a los animales y las plantas silvestres, casi siempre para sufrimiento de éstos últimos. Arañas, coyuyos, chicharras, cerrate comadre, langostas, ututos o lagartijas, hacían de compañeros obligados de aquellas andanzas que, en mayor o menor medida, no estaban exentas de una pizca de crueldad.
En la casa donde vivía, un perro yuto, de pelaje castaño oscuro, hacía las delicias de mi amigo Ramón y yo. “Boquete” era su nombre, cuyo origen desconocí durante mucho tiempo, hasta que después de mucho insistirle, mi padre me explicó el significado de la palabra boquete y su aplicación metafórica en el perro; el que, al nacer sin cola, dejaba al descubierto su intimidad con absoluto desparpajo. Como si de patear un hormiguero fresco se tratara, su nombre trae a mi presente una ebullición de recuerdos gratos, que se arremolinan y pulsan con denuedo por salir.
Boquete nos seguía a cuanto baldío fuese, sin importar lo alejado que quedara, porque, aunque escapáramos de su compañía, tarde o temprano se nos aparecía entre los matorrales, siguiéndonos gracias a su olfato prodigioso. No llegaba moviendo la cola como los demás perros, aunque una enorme sonrisa que le llegaba hasta los colmillos, acompañaba el contorneo de su cuerpo y hacía imposible el resistirse a aceptarlo, aun cuando en sus corridas alocadas por los pastizales, no dejara de espantar cuanta urpila o coy se le cruzara por delante. Pero no solo lo caracterizaba su “simpatía” y compañerismo, sino que también era capaz de devolver a nuestras manos cualquier objeto que uno arrojase, aunque cayera muy lejos o en medio de los yuyos, Boquete se las ingeniaba para, después de unos instantes, aparecer como por arte de magia, con el palito o piedra lanzada.
Una tarde en la que habíamos podido escapar de Boquete, encontramos al costado de una senda flanqueada de garabatos, un nido de avispas carniceras que revoloteaban excitadas sobre una “cerrate comadre”, cuyo tallo flexible les había servido como basamento para la construcción de su nido, oculto por un matorral de yuyos. Presas del aburrimiento, no dudamos un instante en encender fuego y refugiándonos entre el espeso humo de las ramas de afata verde, emprendimos una guerra sin cuartel contra los alados insectos.
- ¡Vienen los enemigos! –Gritaba Ramón llenando el aire de colorido entusiasmo y al instante nos cobijábamos en el denso humo que ascendía al cielo formando densos borbotones.
- ¡Mueran infelices! –Contestaba yo, arrojando cascotes y piedras a troche y moche.
Las enemigas imaginarias brotaban de entre las ramitas amarillentas como si de una vertiente sin fin se tratara y arremolinadas sobre nuestras cabezas, prometían descargar el irritante veneno sobre nosotros al menor descuido, pero el denso humo que provocaban las ramas verdes aún, no les permitía coordinar los movimientos y terminaban escapando del lugar. El peligro era inminente, pero el nerviosismo le agregaba a la fechoría el sello de inolvidable.
Cuando la noche le arroja a la tarde su hechizo de carbón negro, decidimos volver; con la promesa del regreso. Aunque en tal caso, nuevamente, Boquete no sería de la partida.
Saltando desde la tapia al baldío vecino, escapamos de la mirada de los mayores y de Boquete. Cobijados en el sigiloso manto de la siesta, avanzamos entre los tuscales del barrio, en busca de la senda que llevaba al enjambre, sin otra herramienta que la honda y el morral. Ya en el lugar y buscando ramitas verdes para el ahumado, nos percatamos de que cerca del enjambre había una tuna enorme, cargada de frutos, que el día anterior habíamos confundido con un quimil, entusiasmados en nuestra guerra con las avispas. En los alrededores de la vieja planta, todavía se podían ver los cascotes y ladrillos de una construcción en ruinas, de cuyos antiguos habitantes se sentía aún la presencia, a través de la fructífera planta. Inmediatamente comenzó la disputa sobre quién llevaría las tunas a la casa. El entusiasmo de Ramón me desbordó, Y acepté su voluntad, no sin antes prevenirle del peligro de las janas.
-Chango: ¡Tené cuidao con las janas! Después te vas a rascar a dos manos…-Agregué.
- ¿Y con qué querés que las pille? –Preguntó con fastidio. Todas las hojas tienen agujeros y las janas van a bandear… Me dijo. ¡Ah, ya sé! ¡Con la suela, pues! –Dijo como reflexionando para sí mismo.
Ramón comenzó a bajar las tunas más maduras con una varilla larga de palan-palan deshojada, en cuyo extremo había dejado una horquetita para trabar y rotar las frutas, que con un “bock” seco, caían sobre el suelo endurecido por las lluvias y, cada tanto, de a una por vez, las alzaba con cautela, envolviéndolas con la suela de la honda, para juntarlas en un montoncito al costado de la senda.
Terminada la cosecha, Ramón dejó la honda prolijamente acomodada al costado de las tunas y nos abocamos finalmente al plan inicial de fastidiar a las avispas.
- ¡Ahora sí, papá! –Comentó Ramón con entusiasmo. Yo busco las ramas verdes y vos metele al fuego nomás… -Agregó.
Corté un puñadito de pelusas de “barba’i chivo” y las dejé caer, dejándolas que la brisa casi imperceptible de la tarde las llevara, mostrando la dirección correcta para armar el fuego. Acomodé las champas sobre un revolcadero de guaypo, que había dejado el espacio como si se hubiese pasado un plumero y raspando un fósforo de cera en una piedrita, lo acerqué a las chamizas secas, que comenzaron a arder al primer contacto con la llama.
En instantes apareció Ramón con una brazada de ramas de ancoche verde y, depositándolas suavemente sobre el fuego, para que no se ahogue, comenzó a buscar piedras para iniciar la travesura. Lo seguí de inmediato en la tarea nada fácil de encontrar piedras en un terreno en el que eran escasas y, además, la mayoría de ellas las habíamos arrojado a las avispas el día anterior, por lo que cualquier terrón, palo o caparazón de choro gigante, era bienvenido como proyectil.
En aquellos menesteres nos encontrábamos entusiasmados a fin de dar inicio al ataque, cuando, de a ratos; se empezó a escuchar en nuestra dirección, el siseo inconfundible de los yuyos secos empujados por Boquete, que intentaba encontrarnos con el hocico pegado al suelo. Fue inútil escondernos entre los ancoches porque el perro, lento pero seguro, husmeaba entre las sendas los olores frescos que lo lleven a sus compañeros de fechorías.
A Ramón lo puso furioso la llegada de Boquete justo cuando íbamos a iniciar la acción. Alzó una piedra chata, probablemente la única que había encontrado y miró al perro de costado, pero con decisión.
- ¡Chango, No le tirés al perro! – Le ordené.
- ¡No! ¡Cómo te crees! –Me contestó seguro.
Tomó la piedra aprisionándola solo con el índice y el pulgar y la arrojó de costado, como quien intenta hacer “sapitos” en el agua estancada.
Al desprenderse la piedra, se pudo ver claramente la dirección escogida y en ese instante recién comprendí las intenciones de Ramón. Mientras la piedra avanzaba directamente hacia el enjambre, el perro de un salto se abalanzó en su búsqueda. Si hubiera que escoger un tiro certero, seguramente sería aquel, porque la piedra, como acunada por una ráfaga repentina, fue a golpear directamente sobre la varilla de “cerrate comadre” que hacía de sostén al enjambre, con un chasquido firme. El perro, experto en tales menesteres, también escuchó el golpe y fue directo hacia la posición del proyectil. Con un salto increíble, cayó sobre la rama y tomó la piedra entre las fauces con la satisfacción propia de la tarea cumplida.
Hacía rato que las avispas estaban prevenidas del ataque por nuestros movimientos y en un instante estuvieron prendidas el pelo de boquete defendiéndose de la agresión. El perro, aguijoneado por las defensoras, dejó escapar un quejido agudo y con las orejas al viento, disparó en busca de protección directamente hacia Ramón, que era el más cercano de los dos.
Al ver el volido de las avispas, que en una explosión dorada habían copado el lomo de Boquete, Ramón atinó a correr en dirección de la honda y colocándosela al cuello, quiso poner pies en polvorosa, pero la velocidad del perro, en toda su desesperación, no le dio tiempo. Sin quererlo, la entrepierna de Ramón se convirtió en el refugio del perro, que, en un balanceo continuo, intentaba quitarse las invasoras, refregándose contra su salvador. Las avispas que no picaron a Boquete, se la tomaron con la entrepierna de Ramón. Y en un abrir y cerrar de ojos, Humano y perro disparaban por entre los matorrales en un contrapunto de quejidos. Todo pasó en un instante y, aun así, ante mis sentidos, el tiempo transcurría melosamente, casi como si se arrastrara. Comprendí lo afortunado que había sido por salir ileso y lo intentaba justificar con la actitud de Ramón, suponiendo que había tenido su merecido por hacer aguijonear gratuitamente a Boquete. Dejé pasar unos instantes hasta que las avispas se calmen y corrí las tunas hasta un dormidero con tierra suelta y las barrí con una ramita de ancoche, después las ubiqué con cuidado en el morral y emprendí apuradamente el regreso a casa.
Al llegar, Boquete se me vino encima con una exageración tal que pareciera no verme desde hacía largo tiempo. Después me contaron que a Ramón lo habían llevado al hospital, para ponerle una inyección que aplacase los efectos de los aguijonazos y también que los médicos no podían calmarle la inflamación del cuello.
Fue cuando caí en cuenta que, en su desesperación, Ramón se aseguró de no dejar la honda olvidada, echándola al cuello en un movimiento casi instintivo, sin tener en cuenta que había dejado interior de la suela repleto de janas.
Glosario
Coyuyo: Insecto más grande que la chicharra, que produce un ruido estridente.
Cerrate comadre: Planta que reacciona al tacto, cerrándose con un movimiento rápido.
Ututo: Pequeño lagarto grisáceo.
Yuto: Sin cola.
Coy: Cui, mamífero roedor pequeño, de cola corta no visible.
Afata: Maleza de hojas abundantes y tallo firme, usada entre otras cosas para barrer las cenizas de los hornos de barro.
Garabato: Acacia arbustiva de espinas curvas en forma de uña de gato.
Tuscales: Grupo de tuscas, aromo espinoso.
Quimil: Cactácea parecida a la tuna, pero sus frutos no son de consumo humano por no tener sabor.
Janas: (quechua) Espina de algunas plantas casi imperceptible al ojo humano. Muy molesta al clavarse además de provocar la irritación de la piel.
Palan-palan: Planta de hojas grandes, suaves y fácilmente separables del tallo, muy usadas en cataplasmas y úlceras.
Barba de chivo: Enredadera trepadora de cuya flor salen unos estilos suaves que, secos, arden con facilidad. Se usa en cataplasmas para enfermedades de la piel y la flor machacada y aspirada es tremendamente irritante.
Guaypo: Tipo de martineta que duerme en un pocito del suelo, cavado con sus poderosas patas.
Fósforos de cera: Actualmente en desuso por provocar el encendido espontáneo al apretarse accidentalmente.
Ancoche: Arbusto frondoso, de cuyas hojas se hace una infusión para curar la diarrea.
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- darios
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Re: "Boquete"
Impecable relato Lucio que nos lleva a las andanzas de la niñez .
Pobre Ramon encima que lo agarraron las avipas , tambien sufrio las espinas de la gomera.
Enviado desde mi Moto G (5) Plus mediante Tapatalk
Pobre Ramon encima que lo agarraron las avipas , tambien sufrio las espinas de la gomera.
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Re:
Por maldito Qué bueno Darío que las hayas usado. Hoy es casi un artículo de museo. Abrazos.
- Dago1964
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Re: "Boquete"
Hermoso relato Lucio, gracias por compartir!!!!!!!!
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- calupa
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Re: "Boquete"
Ramoncito se lo merecía!!! Flor de alhaja!
A la afata no la conozco, sería la "escoba dura" quizás, o escoba negra?
Impecable , entretenido y muy descriptivo !!
Como diría un viejo criollo de mis pagos : "trasladador"!!!
A la afata no la conozco, sería la "escoba dura" quizás, o escoba negra?
Impecable , entretenido y muy descriptivo !!
Como diría un viejo criollo de mis pagos : "trasladador"!!!
Las pulgas saltan de perro en perro ; los piojos de cabeza en cabeza y los políticos de partido en partido.
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- Natoch
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Re: "Boquete"
Que buen relato Don Lucio!.
Que recuerdos!. Esas interminables cagadas siesteras de la infancia.
Muchas gracias por compartirlo!.
Que recuerdos!. Esas interminables cagadas siesteras de la infancia.
Muchas gracias por compartirlo!.
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Re: "Boquete"
Es un yuyo para escoba. Y sí, queda dura, ahí un link
https://inta.gob.ar/documentos/reconoci ... ata-hembra
Muchas gracias por leer, abrazos, Lucio.
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- calupa
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Re: "Boquete"
Si, ahora me fijé y es el mismo que usamos aquí. Buen dato, otro nombre pal yuyo.lucio esevich escribió: ↑Mié May 19, 2021 1:53 pmEs un yuyo para escoba. Y sí, queda dura, ahí un link
https://inta.gob.ar/documentos/reconoci ... ata-hembra
Muchas gracias por leer, abrazos, Lucio.
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